EL VACÍO

Era un superventas. Algo decente había escrito ―allá en sus comienzos, décadas atrás―, pero enseguida agotó su pozo de inspiración y quiso exprimir el tirón comercial, no lo olvidasen y pasara a mejor vida profesionalmente hablando. Para eso, las grandes editoriales se muestran bastante solícitas, y la suya se ofreció a echar un cable... Sin embargo, los “negros” estaban en huelga.

―¡Toca nuevo libro y, por mis cojones, que te sacaremos un nuevo libro! ―sentenció Horacio, presidente de la megaeditorial―. Estos negros de mierda no nos van a joder.

Y vaya si lo sacaron...

Al responsable de marketing fue a quien se le ocurrió la idea, que prosperó gracias al visto bueno del señor presidente, hasta culminar en un volumen de 500 páginas, ¡en blanco! Su título, apropiadamente escogido tras largas deliberaciones: EL VACÍO, grabado sobre una escueta portada de fondo completamente blanco también bajo las mayúsculas 4 ó 5 veces mayores del nombre del supuesto autor. Por detrás, una rimbombante síntesis con pretensiones del “contenido”, que tampoco había redactado él. Esteban Rey (propietario del nombre cedido para semejante obra, por así llamarla, que esta vez sí hubiese sido capaz de confeccionar) dudó mucho antes de dejarse convencer. Pero aceptó, nuevamente.

Durante semanas, se limitó a observar atónito las reacciones que se desenvolvían en torno a aquella publicación mientras se preguntaba si sería la última.

Se vendió una cantidad enorme de ejemplares en su primer día, comprados a ciegas ―como era habitual― por los fans más acérrimos. Luego: sorpresa general... Algún incrédulo acercó la llama de su encendedor al papel cavilando que el texto pudiera haberse impreso con tinta invisible... Se produjeron devoluciones, claro, un amago de indignación colectiva; no obstante, hubo quienes aplaudieron la originalidad vanguardista de aquella propuesta desde el primer momento, y ―como supo después― algunos hasta eran francos (no habían sido untados por la editorial): los modernillos de turno (por culpa de los cuales no faltaría quien invirtiera meses estudiando hasta la bizquera cada milímetro de papel, tratando de apreciar ―y significar― presuntas variaciones sin duda muy sutiles). A éstos se sumaron otros, e incluso personalidades relevantes de la cultura acabaron defendiéndolo delante de las cámaras de televisión. Sus detractores (y gente objetiva o simplemente cabal) lo consideraron una burla, y se burlaron a su vez señalando que era la prueba definitiva de que a Esteban no le quedaba nada por decir... Mas sus voces fueron eclipsadas por la creciente mayoría de compradores: los que, tras haber picado, necesitaban justificar el gasto de los 30 euros que costaba para no sentirse estúpidos; los estúpidos que, conscientemente, se dejaban guiar sin criterio propio; los que se apuntaban a la moda; los que enfrentaban el compromiso de regalar algo; los que sólo buscaban un objeto con que decorar una estantería...

Eso sí, todos estaban de acuerdo en una cosa: el libro, a pesar de sus 500 páginas, se leía rápido.

Esteban se hartó de escribir dedicatorias (ese era en realidad su género). Se convirtió en su mayor éxito editorial y no deja de venderse, a nivel privado y público, para bibliotecas, colegios, institutos, universidades, recomendándose como lectura, motivando tesis doctorales, mesas redondas..., ascendiendo al podio de clásico referencial del siglo 21.

―Y encima nos hemos ahorrado una pasta en tinta ―se relamió Horacio Valés Daza, el multimillonario presidente de Ediciones C.

También se estrenó una película basada en el libro, que consistía en un fotograma blanco proyectado sobre la pantalla durante unas 2 horas («la adaptación más fiel de una obra literaria hasta la fecha», según la revista Potogramas).

        Ediciones D contraatacó lanzando al mercado un libro titulado El Todo, cuyas páginas se imprimieron completamente en negro. Y tuvo igualmente su adaptación cinematográfica (la proyección ininterrumpida de un fotograma negro durante aproximadamente 2 horas). Pero ya no era lo mismo.

*A pesar del nombre, no tengo nada en contra del autor que éste sugiere; es más: me gusta.